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El silencio de Dios

El silencio de Dios

La situación actual me recuerda, dejando a un lado las obvias diferencias, a la posguerra española. Muchos podrán pensar que no tiene que ver y tendrán razón en su parcela, pero quiero destacar que hay un tema muy recurrente en ella que se está dando actualmente: el silencio de Dios.

Ya después de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial hubo varios intelectuales que clamaban contra el cielo ya que no podían encontrar una explicación lógica a aquello que estaba pasando. Si hacemos un estudio diacrónico, podemos observar ciertas similitudes con estas épocas: la sociedad está siendo “guiada” (pueden insertar aquí la palabra que más les convenga, solo he intentado ser neutral) por los medios de comunicación y los políticos en su confinamiento mientras se preguntan qué se podía haber hecho y por qué no están haciendo todo lo que esté en sus manos.

Este hecho, por tanto, recuerda a la visión a posteriori de las dos guerras mencionadas: una visión en la cual el pesimismo inundaba la sociedad y las épocas de dificultad iban haciendo su aparición. No se debe olvidar que, después de ambas guerras, los países que participaron sufrieron un lento y arduo proceso de reconstrucción cuyos brotes se empezaron a ver a finales del siglo XX. Este proceso se dará, como siempre todo en su contexto y escala, en los países a los que afecte el virus.

Debido a tantas y tantas publicaciones que hablan sobre los efectos económicos y sociales, quizá nos estemos olvidando de los efectos individuales que generará. Uno de estos efectos, sin lugar a dudas, será la progresiva falta de fe en muchas instituciones que se han visto doblegadas por el juicio que se está realizando de su eficiencia y colaboración. El resultado es simple: volveremos a los tiempos en los que la lucha social ha de ser un instrumento de cambio.

En aquellos tiempos, poetas como Dámaso Alonso, Blas de Otero o Gabriel Celaya iniciaron una corriente en la que exponían los desastres y proponían soluciones a los mismos. No se puede olvidar un poema tan famoso y cargado de simbolismo como Insomnio o la militancia de Celaya en La poesía es un arma cargada de futuro. Sin embargo, y no por dejar a un lado a otros autores o composiciones, el que más me llamó la atención siempre fue Hombre, de Blas de Otero.

HOMBRE

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser, y no ser, eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

Este poema expone de pleno el tema del silencio de Dios, de la impotencia ante algo que no se puede controlar, que no se puede vencer. El mundo parece que no va a volver a ser igual después de esta pandemia, es más, si hacemos una comparativa diacrónica con las composiciones de otras épocas parecidas en cuanto a alarma social y aislamiento estatales podremos observar cómo este tema es recurrente. El silencio de Dios, el existencialismo en La náusea o en La peste, las frías respuestas de los gobernantes y cargos de poder en Memorias del subsuelo y un sinfín de obras más nos pueden dar una clave interpretativa histórica: la fragilidad del ser humano y la nula previsión de desastres que se tiene al dar todo por sentado y creer que el mañana va a ser igual que el ayer.

El silencio de Dios es, por tanto, uno de los temas que más veremos repetidos. Pero a día de hoy no será Dios el juzgado, sino los que nosotros elegimos como dioses en nuestro sistema de representación gubernamental serán juzgados por sus aciertos y errores. Ellos, al igual que Dios, guardan un silencio misterioso maquillado con discursos. Ellos, al igual que Dios, tienen miles de plegarias en forma de peticiones de aquellos que tienen fe. Dios, al igual que ellos, nos pide fe y que nos sacrifiquemos por un bien mayor. Nietzsche mató a Dios en su filosofía y hoy, con esta terrible pandemia, puede que caigan muchos otros dioses que no son omnipotentes, pero sí son responsables.



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